Quería dejar una entrada exclusiva para la visita que realizamos al castillo de San Felipe. Este castillo es la edificación más grande construida por los españoles fuera de la península ibérica. El castillo se construyó (por primera vez) hace casi quinientos años, pero ha sufrido diversas modificaciones y arreglos a lo largo de la historia.
Antes de subir al castillo es ineludible acercarse al monumento a Blas de Lezo que se encuentra en una plazoleta junto a la entrada. El almirante alza la espada, desafiante, apoyado en una pata de palo. Por si alguien aún lo ignora a estas alturas os cuento que Blas de Lezo defendió la ciudad de un asedio dirigido por el almirante inglés Vernon. Los ingleses atacaron con 180 barcos y 23.000 hombres. Las defensas de la ciudad contaban con 6 barcos, unos 3.000 hombres y la experiencia de Blas de Lezo. Increíblemente los ingleses salieron de aquí con el rabo entre las piernas. En el pedestal del monumento se pueden ver las monedas que habían acuñado para celebrar la victoria y que nunca pudieron distribuir:
La entrada al castillo cuesta 17.000 pesos (unos 6 euros) y adicionalmente se puede alquilar una audio guía o contratar los servicios de un guía oficial. Nosotros, que vamos por la vida tratando de no derrochar, no pagamos ningún extra y nos internamos en la fortaleza en solitario, pagando la entrada básica. En el ascenso los vendedores de agua y refrescos nos asediaban con cantinelas como “Compre agua ahora que arriba no hay, los españoles no dejaron ni las cañerías” y cosas así. Yo les miraba sin saber si pedir perdón por el expolio de mis antepasados o reírme.
Comenzamos ascendiendo hasta el punto más alto del castillo para ir bajando poco a poco. Por todas partes hay entradas a la maraña de túneles que atraviesan la edificación. Muchos de ellos están sin iluminar y entrar sin linterna es una temeridad, ya que se bifurcan en diferentes direcciones y en cuanto se han avanzado unos metros la oscuridad es completa. Mientras tratábamos de no perdernos en uno de ellos, caí en la cuenta de que no había visto una sola indicación informativa en toda la visita; ni un cartel con la historia del castillo o un mapa con los túneles, nada de nada. Yo comprendo que quieran que la gente contrate a los guías, pero por seis euros de entrada no estaría de más dar algún valor añadido a la visita de un edificio desnudo.
Seguimos caminando por los recovecos del castillo mientras yo protestaba por la falta de datos. «Podían poner aunque sea un cartelito que diga: esto es una almena, o esto es un cañón. ¡Algo!», iba yo diciendo, algo enfadado. Esperaba que al menos, en algún lugar, hubiera una sala con exposición de trajes, cuadros y mosquetones, pero la única sala ocupada era la tienda de recuerdos, con gorras, camisetas e imanes para nevera.
Así que, resumiendo, esta entrada va dedicada a lo que pudo haber sido una visita memorable y se quedó en un paseo muy caro por unas ruinas maltratadas. Espero que los responsables del castillo trabajen el tema para mejorar la experiencia para el turista.
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