Los viejos del lugar recordareis que años ha hicimos una visita a este rinconcito de Colombia. Entonces llegamos de domingueros, con la familia de Juliana, y además en plenas fiestas de Salento (que es el pueblo más cercano al valle), con lo cual éramos domingueros en masa de domingueros. Aun así me las apañé para sacar unas fotos bastante decentes (o eso me parece a mi, juzgad vosotros mismos). Enlace a la entrada del 3 de enero de 2015.
Esta vez hemos hecho un recorrido más serio. Pasamos la noche en La casa de Lili, un hostal del centro de Salento que recomiendo sobre todo por la calidez de la dueña, Lili.
Madrugamos bastante y a las 8:30 estábamos negociando con uno de los guías que te acompañan en la subida a caballo. Los precios eran bastante más altos de lo que esperábamos y acabamos contratando solo subida y solo hasta el Bosque de niebla (70.000 pesos, unos 21 €, por los dos).
El paseo a caballo lo hicimos entre prados con vacas y palmeras de cera, las más altas del mundo. En unos 50 minutos sin apenas incidencias llegamos a la entrada del bosque de niebla, donde nuestro guía nos indicó la ruta a seguir y nos abandonó a nuestra suerte.
Desde el bosque de niebla emprendimos el ascenso. Con buen ánimo tomamos el camino (trocha en colombiano) embarrado que se iba estrechando poco a poco entre vegetación selvática y lluvia intermitente, cruzando ríos por puentes de madera o troncos cruzados y saludando a los pocos excursionistas que se cruzaban en nuestro camino, casi siempre europeos.
En algo menos de dos horas llegamos a la reserva natural Acaime, a 2.770 metros de altitud. Allí hay un observatorio de colibrís (5.000 pesos, unos 1,75 €, por persona) que atisbamos entre la lluvia y los árboles. Allí nos dieron un tazoncito de panela con queso que nos ayudó a entrar en calor mientras veíamos a estos pequeños pajaritos libando en las fuentes de agua con azúcar que les ponen para que se mantengan cerca de los turistas.
El regreso lo emprendimos por “la montaña”. Para llegar a este lugar, a 2.860 metros de altitud, hay que subir por pendientes empinadas que parece que no terminan nunca. Una hora y media tardamos en llegar hasta arriba con dolores en las piernas y jadeando.
Desde allí ya todo fue más sencillo. El camino que baja de nuevo al valle es de tierra, pero estaba seco. Al rato de comenzar el descenso llegamos al primer mirador desde el que se contempla el valle en todo su esplendor desde lo alto, las palmeras, los prados, las vacas… un espectáculo que hace bueno el sufrimiento pasado. Con paradas para descansar, sacar fotos y abrazar palmeras apenas nos demoramos una hora y media en regresar a la “base” donde agarrar el Jeep para Salento.
Y una vez en Salento, como no podía ser de otro modo, nos tomamos unas estupendas truchas en patacón, el plato típico de la zona.
Y, para terminar, os dejo con un vídeo que resume un poco lo que supone la excursión.
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