Hoy toca una nueva ciudad, en un nuevo país. A las 10:50 he cogido el autobús para Liepāja, Letonia (5,50 €). Parece que es el único que cubre esta ruta. Asientos cómodos, WIFI, los autobuses por aquí son bastante decentes.
A las 12:45 estaba en Liepaja. He cogido la única línea de tranvía que atraviesa la localidad de Norte a Sur y he llegado a casa de mis anfitriones siguiendo las indicaciones, que previamente me habían dado, sin mayores complicaciones.
Liepaja es una población costera situada entre el Mar Báltico (al Oeste) y el Lago Liepaja (al Este) lo cual le obliga a tener una forma alargada en sentido Norte-Sur. La ciudad tiene bastantes elementos importantes que la hacen merecedora de una visita. Hoy solo voy a contar los atractivos del centro de la ciudad, que es lo que he visitado. Lo primero que llama la atención son las casas de madera. Están por todas partes. La mayoría son bastante sencillas y similares entre sí, pero cuando no estás acostumbrado a algo así te apetece sacarles fotos a todas. También hay bastantes más elaboradas, con balcones tallados y detalles de ebanistería. 
Otra cosa interesante es el que fue el órgano mecánico de iglesia más grande del mundo hasta 1968, con 7000 tubos, está en la Iglesia de la Santísima Trinidad, luterana y de estilo Rococó . Hay algunos edificios de estilo art decó, incluyendo el mercado central que es también digno de mención. La playa está al lado mismo del centro y recorre toda la población hasta la desembocadura del canal que conecta el lago con el mar, que es donde está el puerto. Esta playa es bastante parecida a la de Neringa, amplia y llama y con arena blanca. Hoy la orilla estaba llena de pequeños restos negros (alquitrán o algo similar), posiblemente por alguna corriente marina procedente de la costa del sol o Benidorm. Pero me han asegurado que esto no es lo habitual. ¡Ah!Y también mola el monumento a la guitarra eléctrica en el centro del pueblo.
En fin, que he pasado una tarde entretenida paseando por todos estos lugares. Cuando he vuelto a casa de mis anfitriones aquello parecía una cena de navidad en casa de mi familia. Estaban Normunds y Monta, sus tres hijos, la mujer del mayor, el bebé (niña) de ambos, una amiga de la familia y su hija. Hemos comido habas cocidas recogidas en su huerto y hemos abierto la botella de Barbadillo que les he traído. Afortunadamente casi nadie bebe vino, así que ha dado para todos los que querían sin problemas. En otro orden de cosas, he sido testigo de los primeros pasos del hijo de mis anfitriones, de un año de edad (y, curiosamente, tan solo seis meses mayor que su sobrina).
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